NOTA DEL EDITOR: El siguiente texto escrito por Javier Ruiz, CFA, es un extracto de una carta trimestral de Horos Asset Management.

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La Teoría Austríaca del Ciclo Económico (“TACE”, en adelante) es, posiblemente, uno de los modelos más interesantes desarrollados por la Escuela Austríaca de Economía. Aunque algunos economistas sitúan a los escolásticos de la Escuela de Salamanca del siglo XVI (Francisco de Vitoria, Martín de Azpilicueta, Diego de Covarrubias o Luis de Molina) como origen o precursores de esta escuela de economía1, su fundación, como tal, data de 1871, con la publicación de la obra Principios de Economía Política del Carl Menger. Posteriormente, economistas como Ludwig von Mises, Friedrich von Hayek o Murray Rothbard, le darían una mayor notoriedad durante el siglo pasado. En España, tenemos también grandes referentes pertenecientes o afines a la Escuela Austríaca, destacando dos por encima de todos: Jesús Huerta de Soto y Juan Ramón Rallo. Precisamente, estos dos economistas cuentan entre su obra con dos libros esenciales para entender y profundizar sobre la TACE: Dinero, Crédito Bancario y Ciclos Económicos (Jesús Huerta de Soto) y Una Crítica a la Teoría Monetaria de Mises (Juan Ramón Rallo).

No es el objetivo de esta carta profundizar sobre la obra (y diferencias) de estos autores, ni escribir veinte páginas desarrollando la TACE. Sin embargo, sí es necesario entender su esencia para poder ponerla en práctica en nuestro análisis posterior del sector de las materias primas. Básicamente, la TACE2 estipula que los ciclos son descoordinaciones agregadas entre los planes de consumo de los ahorradores y los planes de producción de los inversores o empresarios. ¿Por qué se producen estas descoordinaciones? Por las degradaciones generalizadas de la liquidez de los agentes económicos, a través del abuso indiscriminado del descalce de plazos y de riesgos o, dicho de otra manera, del endeudamiento a corto plazo para invertir a largo plazo. Esta descoordinación y degradación de la liquidez se magnifica a través del sistema bancario, que actúa como intermediario financiero facilitando este descalce.

¿Por qué actúa así el sector bancario? Por tres motivos, fundamentalmente. Primero, porque es muy rentable arbitrar la curva de tipos, endeudándose a corto plazo (por ejemplo, creando depósitos o financiándose con otras entidades financieras) para invertir a largo plazo (habitualmente, mediante la concesión de préstamos a años vista a particulares y empresas), debido al diferencial de intereses que existe, normalmente, entre los plazos (a mayor plazo, mayor interés) para compensar los riesgos asociados a mayores vencimientos. Segundo, porque, aunque las entidades bancarias incurran en un riesgo inasumible e insostenible con esta operativa, siempre pueden contar con el prestamista (y comprador) en última instancia: el banco central. Tercero, porque el propio banco central incentiva, con su política monetaria, a que los bancos incurran en este descalce de plazos.

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