NOTA DEL EDITOR: El siguiente texto escrito por Javier Ruiz, CFA, es un extracto de una carta trimestral de Horos Asset Management.

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Uno de los mayores enemigos que tenemos a la hora de creer en algo o tomar decisiones racionales y coherentes, lo encontramos en nuestro propio cerebro. Aunque nos gusta pensar que somos seres racionales, la realidad es que somos excelentes racionalizadores. Una vez nos formamos una creencia o tomamos una decisión, da igual (hasta cierto punto) la evidencia que tengamos delante, nos convertimos en máquinas perfectas de autojustificación. Esto explica, por ejemplo, por qué los seguidores de un partido político o de una ideología, tienden a ver el demonio en cada actuación del partido de signo contrario, incapaces de pasar por alto cualquiera de sus faltas, cuando actos mucho más condenables de su partido afín son, sencillamente, ignorados.

Michael Shermer, de cuyo libro The Mind of the Market hablamos en la pasada carta trimestral, cuenta con otra obra de gran interés: The Believing Brain. En este volumen, Shermer defiende a través del concepto “realismo basado en creencias” que, como acabamos de comentar, las creencias vienen primero y las explicaciones a estas creencias llegan después. Una vez que creemos en algo, el cerebro busca (y encuentra) evidencia confirmatoria que refuerza esa creencia, lo que nos da mayor confianza sobre su veracidad, reforzándola aún más y repitiéndose el proceso como un bucle de retroalimentación. En cierta manera, podríamos decir que existe una realidad objetiva que carece de importancia para nuestros cerebros, una vez hemos decidido creer algo.

Esta forma de funcionar de nuestra mente puede ocasionarnos serios problemas, pero también ofrecernos grandes ventajas si la sabemos utilizar a nuestro favor. Efectivamente, el conocimiento de la disonancia cognitiva (nombre más técnico para el acto de racionalizar/justificar decisiones y creencias irracionales) y del sesgo de confirmación (esa tendencia a elegir solo la información que apoya nuestras creencias), puede permitirnos sacar partido en muchos ámbitos. Por ejemplo, en su polémico (y muy interesante) libro Win Bigly, Scott Adams explica cómo Donald Trump se hizo con la presidencia de Estados Unidos, utilizando técnicas de persuasión que se alimentan y benefician de estas trampas mentales en las que todos caemos.

Sea como fuere, lo que nos interesa como inversores es saber que, una vez formamos una idea en nuestra cabeza, es muy difícil contrariarla y sacarla de ahí. ¿Qué tiene que ver todo esto con nuestros pasos para incorporar las narrativas en nuestras valoraciones? Todo. Nuestro cerebro puede llevarnos a imaginar una narrativa para una empresa y justificarla continuamente, apoyándonos solo en la información que nos convenga, por mucho que la realidad vaya en nuestra contra. Por eso es tan importante ese quinto paso y por ello tenemos que contar con herramientas que nos permitan, en la medida de lo posible, contemplar de manera objetiva nuestras tesis de inversión y actualizar nuestra narrativa y nuestra valoración en función de los cambios que se vayan produciendo.

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